imagina un cementerio oscuro y desolado, donde la neblina densa se enreda entre las viejas tumbas, formando un manto gris que apenas permite ver el suelo. Las lápidas están descuidadas, desgastadas por el tiempo y cubiertas de grietas y musgo, sus inscripciones casi ilegibles. Cada una parece contar una historia olvidada, abandonada a los elementos.
En lo alto, la luna llena ilumina el paisaje con una luz pálida y sobrenatural, proyectando sombras fantasmales que parecen moverse entre las tumbas, dándole al lugar un aspecto aún más sombrío. La luz de la luna crea un contraste que realza cada rincón deteriorado y hace que la neblina luzca más espesa y tenebrosa.
Sobre una de las lápidas, un cuervo de plumas negras y brillantes está posado. Sus ojos, de un rojo intenso y resplandeciente, destacan en la penumbra, dándole una apariencia demoniaca y desconcertante. Parece que el cuervo observa atentamente, casi como si fuese el guardián de este lugar olvidado. Sus ojos no solo emiten un brillo sobrenatural, sino que parecen cargados de misterio, dándole a la escena un aire de inquietante quietud.
El ambiente es frío y pesado, con un silencio abrumador que solo se rompe por el ocasional ulular del viento. Todo en este cementerio invita a la introspección y al respeto por las almas que descansan ahí, o quizá a alejarse lentamente, como si este lugar poseyera una presencia más allá de lo visible.